domingo, 21 de agosto de 2011

La leyenda del Choike



La leyenda del Choike
Para Úrsula, con cariño.
Úrsula quiere decir Osita.

            Hace muchos años, cuando no había ciudades ni rutas, los hombres y las mujeres vivían en aldeas y andaban por el campo a pie.
Tampoco había luz eléctrica ni televisión y por las noches el cielo daba su oscuridad y sus estrellas para que la gente se reuniera alrededor del fuego a contar historias sobre los valientes antepasados.
Entre todos los niños de la tribu, había una niña llamaba Osita, y un niño llamado Orión. Orión era muy valiente y admiraba a los grandes cazadores de la tribu. Osita a su vez era muy inteligente y admiraba a los adultos que pintaban los cueros de los animales o las grandes rocas y piedras que por allí había. Ambos niños hacían muy bien en admirar esas habilidades pues los cazadores eran los encargados de conseguir comida (ya que entonces no había ni granjas ni supermercados) y los dibujos siempre fueron especiales y muy queridos por todos, porque los dibujos sí que cuentan historias, ¡¡¡y sin historias nadie aprende nada!!!
Una buena noche, el Abuelo de la aldea se sentó junto al fuego y se acurrucó bajo la piel de puma, que le servía de abrigo como si fuera un pulóver. Los hombres se ocuparon de llamar a todos los niños y las niñas para que no se fueran a perder la historia que se iba a contar enseguida. Osita y Orión llegaron primeros; Orión con sus boleadoras atadas a la cintura y Osita con sus piedras y sus carboncitos para pintar. Se sentaron juntos y sus ojitos pícaros brillaban con los reflejos del fuego que crepitaba y lanzaba chispas hacia arriba, hasta mezclarse con las luces del cielo. Las boleadoras son dos piedras envueltas en un cuero y atadas entre sí con un tiento o una soga; se arrojan contra el animal y estas se enredan en las patas y así el bicho es cazado. Los carbones para pintar se hacen quemando la punta de algunos palos. Los palos quemados sirven para dibujar como si fueran lápices de color negro.
Cuando todos los chicos se hubieron sentado y se encontraron en silencio, el Abuelo se rascó la barba y comenzó su cuento con voz cascada.
Hace muchos años… -dijo- y tú recuerda que esto pasó cuando los hombres andaban por la pampa detrás de los animales que le daban su alimento. Los venados, las mulitas y los choikes eran los preferidos, aunque también cazaban otras aves y pescaban en los ríos y lagunas unos peces gordos y grasosos.
De entre los primeros -los preferidos- los Venados eran muy sabrosos y sus pieles muy suaves para fabricar la ropa y las boleadoras; las Mulitas, o los Peludos –como también se les dice- eran riquísimas y sus caparazones les servían a las mujeres para cocinar y cargar agua (una receta de cocina muy pedida era cocinar la carne de la mulita en el propio caparazón: la carne se hacía hervida y quedaba muy blandita y muy rica), y también para hacer instrumentos de música, como el charango.


Los choikes, por último, eran muy admirados por sus lindas plumas y su ejemplo como guardianes de la cría. Los grandes choikes macho son los que se ocupan de cuidar a los hijitos choike, hasta que estos son grandes y se buscan novia o novio. Los choikes son como los ñandúes o cono los avestruces, pero más chiquitos, más bajitos, y sus plumas son pardas o grises.
Así andaban, los hombres y los animales, en amistad, viviendo y muriendo para dar y recibir la carne y el alimento que hace fuertes a los chicos y que calienta la panza de los viejos y las viejas sin dientes, dijo el viejo. Todos recordaban que Nunca se debía cazar un animal adulto pues estos tenían la misión de tener muchos hijitos para que, a su vez, los hijos y los nietos de los cazadores siempre tuvieran qué cazar y qué comer.
Y esta es la raíz de la historia, dijo el Viejo, viendo que los chicos comenzaban a aburrirse.
Osita miró de lleno a Orión para ver si él estaba aburrido pero se encontró con dos ojos muy abiertos y muy atentos porque el abuelo estaba narrando su tema preferido: la caza.
Fue una vez… dijo el viejo…  en que el Gran Cazador de la tribu anunció que esa mañana iba a cazar a cualquier animal que encontrara, pues sus changos tenían un poquito de hambre. Y es que Changos o Gurises también quiere decir chicos.
-Cualquier animal, ¡no! le retó otro abuelo que por ahí le había oído.
-Has de cazar sólo a un bicho enfermo o anciano; los bichos adultos, no… esos no se cazan porque son los que tienen crías… le dijo, y los chicos asintieron con la cabeza porque esa ley la sabían de memoria.
Pero el Gran Cazador de la tribu, que era muy alto y muy fuerte y muy hábil con sus armas de cacería, y un poco orgulloso, dijo:
Entienda, Abuelo, los gurises tienen hambre y yo voy a cazar cualquier animal que encuentre, porque soy el mejor cazador de la tribu y ningún animal se me escapa nunca.
El abuelo del cuento se quedó callado porque en aquella época tan antigua los viejos no eran de discutir ni cargosear a nadie. Entonces se respetaba mucho la opinión de los ancianos, que por algo habían vivido tanto y ya se sabían las alegrías y los asuntos de los jóvenes, lo que se dice: tenían mucha experiencia.
Se quedó callado el abuelo pero movía la cabeza de un lado a otro, como diciendo, Este muchacho es un cabeza dura, che.
La cosa es que el Gran cazador de la tribu salió de cacería con sus boleadoras y se metió en los altos pajonales que había por todo el campo.
Anduvo un día y no dio con nada. Anduvo otro día y tampoco pudo ver ningún animal para cazar.
Ni una huella en el suelo, se dijo, porque los verdaderos cazadores siguen las huellas de los animales que quieren cazar, y por eso, cuando son changuitos, se las aprenden muy bien. Orión conocía de requete memoria todas las huellas de los animales:
La de los venados, como una piedra partida;
la de los Peludos, como unas rayitas juntitas;
y las del choike, cuatro puntitos en cruz o en barrilete, porque tiene su patita esos deditos muy finos que apoyan en la tierra.
 
Tanto anduvo el Gran Cazador de la tribu que ya se empezaba a cansar, pero como era muy orgulloso no lo quería reconocer y seguía adelante.
Hasta que una mañana, apenas se había lavado en un charco, alzó la cabeza y vio un Choike inmenso y brillante comiendo hojitas de una planta. El choike lo miró tranquilo y siguió comiendo como si él no estuviera.
El Gran Cazador de la tribu no pudo creer lo que veía porque este Choike era el choike más grande y más hermoso que hubiera visto jamás. Sus plumas eran plateadas y sus alas, enormes.
El Gran Cazador de la tribu desató sus boleadoras y las empezó a revolear para tirarlas sobre el Choike inmenso. Pero si este Choike era tan grande, es porque era el dios de los Choikes, el Padre Mayor de todos los choikes del mundo, y apenas vio que el Gran cazador quería hacerle daño comenzó a huir por el campo.

Así comenzó una larga cacería: el Gran Choike huía hacía el sur y el Gran Cazador le perseguía de lejos, por lo cual no encontraba el momento de arrojar sus boleadoras para enredar las patas del Mágico bicho de plumas plateadas.

Lo persiguió todo el día y el Choike como si nada, corría y corría adelante sin cansarse, casi.
Lo persiguió toda la tarde y nada, siempre igual. El ave huía hacia el sur. Siempre hacia el sur.
 
Hasta que el Gran Cazador de la tribu sintió que no le quedaba mucha energía para correr. Se había hecho de noche y unas pocas estrellas brillaban en el cielo.
Se apuró el Gran Cazador haciendo un esfuerzo y pudo acercarse… pero el Choike Mágico se alzó en vuelo con sus grandes alas de plata.
Se alzó en la noche y el Gran Cazador, pleno de asombro, arrojó sus boleadoras con todas sus fuerzas. El Choike pisó en el cielo con una de sus patas y voló al infinito, burlando el intento del hombre. Las boleadoras erraron su tiro y pegaron justo al lado de la huella del choike. Tan solo un par de plumitas perdió el ave antes de escaparse para siempre. Y allí quedaron, clavadas entre las estrellas como otras nuevas: la Huella del Choike y las Boleadoras del Gran Cazador de la tribu. Y un poco al costado, perdidas por ahí, las plumas plateadas.

Para que cada niño y cada adulto, cuando las mire, cuando las vea de noche, recuerde este cuento, donde el Gran cazador perdió a su presa por orgullo, Dijo el viejo, y señaló las estrellas del sur sobre sus cabezas y el fuego, en la aldea de Osita y Orión.
Todos miraron en silencio hacia arriba y pudieron comprobar que la historia era cierta, que el Viejo decía la verdad, pues ahí estaban las marcas.
Orión miró pensativo sus boleadoras y Osita soñó con el hermoso dibujo que haría en la mañana.
 

Fin

Ahí están aun hoy sobre nosotros:
La huella del choike: sus cuatro deditos forman la Cruz del sur.
Las boleadoras: forman el puntero, esas dos estrellas brillantes que apuntan hacia la Cruz, llamadas Rigel y Hadar.
Y las dos plumitas: las nubes de Magallanes, las dos galaxias que vemos en las oscuras noches de primavera y verano en la pampa.
Sergio.                   De varios libros leídos, leyenda sudamericana.





2 comentarios:

  1. muy linda historia.
    es interesante encontrarle leyendas locales, de nuestro sur, a las constelaciones, casi siempre contadas por los del norte

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